lunes, 22 de noviembre de 2010

Poema de Khalil Gibran.

EL OJO

Dijo el Ojo un día:
"Más allá de esos valles veo una montaña envuelta en una niebla azulada. ¿Verdad que es hermosa?"
El Oído, que lo oyó, estuvo un largo rato escuchando y dijo:
"¿Dónde está esa montaña? Yo no la oigo."
Entonces habló la Mano:
"Estoy tratando de sentirla y de palparla, pero no encuentro ninguna montaña."
Y el Olfato aseguró:
"No hay ninguna montaña. Yo no la huelo."
Entonces el Ojo miró hacia otra parte y todos empezaron a comentar la rara alucinación sentida por el Ojo. Y dijeron:
"Al Ojo debe pasarle algo."

miércoles, 24 de febrero de 2010

Canarias, Paisaje Intimo. Nacientes de Marcos y Cordero en la isla de La Palma.


Sentir el bosque de tilos, en la excitante sensación del que se pierde en la oscuridad.

La isla se hace grande cuando la consciencia se rinde.

Rendida ante la nada, la ausencia, donde el camino se pierde.

En el naciente, la omnipresente humedad, poderoso grito del agua que baña las paredes de la montaña.

Brumas elevándose desde su fuente .Nacimiento y transformación, alquimia para la vida de incontables gotas de agua.

Fantasmas posados entre montañas, eternas nubes, respiración del barranco.

Las montañas respiran ; al compás del húmedo corazón.

En el rostro , un sudor de altura, verde musgo…. -Qué diferente cuando salado vuelve de una cita con el mar….-.

De los mismos ojos que se cierran, son las lagrimas del naciente.

Lagrimas en la fusión.

Alegrías de la lluvia.

Nieblas, verodes, misterio de líquenes pobladores de rocas y troncos. Origen de la vida, trepadores de acequias, manto verde enamorado.

Como enamorado está el rayo de luz que toca sutilmente una hoja de helecho.

El Ojo se esfuerza por recortar la figura de los árboles en un incierto paisaje de follaje y brumas.

El agua de los saltos proviene de más allá de las nubes. Hermoso es fundirse con el paisaje, que es vértigo en los barrancos y lejano cielo en el doble movimiento.

Luz arriba y tremendas sombras montaña abajo.

Paisaje intimo, grises, atmósfera oriental.

Respiración única, llenar los pulmones del aire insular, y expirar hacia el profundo corte .Lo que es arriba es abajo.

Monte verde. Verdes y mas verdes…

Allá crujen los pasos , aquí arriba, rugen las aguas.

Soledad en el ruido del agua , recogimiento en el silencio del barranco.

Arriba las lluvias y las galerías; abajo, los charcos y el camino marcado por huellas apresuradas.

… Ya en el taller observo las obras y aparecen las islas.

La pintura me lleva hacia el paisaje contemplado.Viaje físico y viaje interior .

Naturaleza y Creatividad , diástole y sístole en el corazón de mis pinturas.

La Palma-Lanzarote Diciembre del 2009.

lunes, 11 de enero de 2010

Entrevista de Silvia Curbelo ."Una vida ligada al pincel"


Una vida ligada al pincel

Rufina Santana, remarcada artista del panorama nacional, abre las puertas de su casa
para mostrar los objetos que delatan una larga trayectoria entre jardines y lienzos
En una de esas tantas casitas blancas características de la isla de Lanzarote, se anexiona una
modesta habitación de piedra de volcán, con una gran cristalera tras la cual descansan algunos de
los tesoros artísticos de la cultura en Canarias. Las paredes están vestidas con cuadros y sobre la
mesa destacan una jarra de agua y unos vasitos de cristal pintados a mano. El ambiente rebosa color.
La artífice de este museo camuflado en la homogeneidad del paisaje urbano isleño no es otra que
Rufina Santana.
Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1960 y afirma que dibujar y pintar configuran
algunos de sus primeros recuerdos y que siempre supo que su destino era ser artista. Trabajó en la
Escuela Luján Pérez, en su isla natal, para después marchar a Barcelona a completar su formación,
licenciándose en Bellas Artes. Cuando se inauguró su primera exposición sólo contaba con
diecinueve años. A partir de este momento inició un largo recorrido en el que se sucederían muchas
exposiciones, primero en Canarias para luego abrirse camino a Madrid, Barcelona y otras capitales
europeas como Manchester, llegando incluso hasta Tokio. De la niña que dibujaba en casa a la
artista consagrada cuya obra expone el Instituto Cervantes fuera de nuestras fronteras han
transcurrido apenas unas décadas, pero han sido años de profunda evolución para ella.
Rufina Santana, a pesar de ser conocida sobre todo en su fase como pintora, se considera
una artista multidisciplinar. En su refugio artístico guarda un sinfín de libros y álbumes en los que
se encuentran recopilados todos sus trabajos. En sus cuadros se pueden apreciar cambios en la
pincelada, líneas ondulantes y experimentación con nuevos materiales, como vino y café. Así
mismo ha elaborado manteles, corbatas, collares, y artículos de menaje con su sello personal,
incurriendo en el arte decorativo. También lleva a cabo un trabajo de por vida, Arqueología de
jardín, que consiste en el ensamblaje de elementos naturales, acercándose a la escultura.
No obstante, a pesar de la variedad cualitativa y cuantitativa de sus trabajos, se puede
encontrar un denominador común: la naturaleza como elemento representativo. Santana explica:
“Mi visión, digamos filosófica, de la vida es una visión panteísta en la que la naturaleza es la guía y
el origen de todos mis desvelos pictóricos y artísticos”. Afirma que siempre se ha preocupado por la
conservación del medio ambiente y que quizás esto fue fruto de sus viajes a Alemania en los años
ochenta, cuando se gestaban los movimientos ecologistas. En lo referente a este tema, cita a Beuys
y se confiesa admiradora de su conciencia recordando al artista germano que instaba a llevar a cabo
una revolución de la Naturaleza.
La artista es, además, fundadora de la Escuela del Sol, un lugar de convergencia del arte, la
ciencia y la espiritualidad, donde se imparten distintas actividades. En sus comienzos, en el año
1991, consistía en dar clases de arte a niños a través de juegos, Santana recuerda que “se hacían
diferentes actividades, cada sábado una actividad totalmente diferente en la que ellos aprendían que
el arte no era una cosa sólo de los museos, sino que era algo para la vida”. No obstante, a la par que
se fue haciendo un nombre en el panorama artístico nacional y se incrementó la frecuencia de sus
viajes, la Escuela del Sol se volvió itinerante. Así, Rufina Santana explica: “Luego, después de
cuatro años de funcionar, por culpa de mis viajes y de infraestructura también, decidí que la Escuela
del Sol iba donde yo iba.” Desde ese momento se imparten cursos y conferencias para el público
adulto en distintos lugares del orbe.
La artista, una mujer inquieta y siempre inmersa en proyectos, cuenta además con la
editorial Hara, donde trabaja en el Libro de artistas, plasmando en papel sus grabados, en
consonancia con los de su marido, el escultor Paco Curbelo, cuyas obras comparten también espacio
en el pequeño museo que han construido junto a su casa.
Cuando tiene que mencionar algún trabajo del que se sienta especialmente orgullosa, frunce
el ceño y hace memoria, para finalmente señalar con una sonrisa el encargo que hizo para el
Balneario Blancafort, en Barcelona: “Es un mural que mide 40m2. Fue una obra de encargo, se me
pidió para ayer y bien. Entonces, ahí ya tienes que demostrar que tienes una preparación, que
manejas unas herramientas, que tienes un equipo”.
Ahora se encuentra sumergida en Canarias, paisaje íntimo, un proyecto mano a mano con
el fotógrafo Poldo Cebrián. Este dueto artístico medita el paisaje canario desde un punto de vista
universal en la búsqueda de los elementos comunes, esos que a priori parecen distintivos de una isla
y que, sin embargo, inesperadamente, pueden encontrarse en otra.
Rufina Santana, abierta, polivalente y viajera, afirma que vivir en una isla favorece el
trabajo, la meditación y el recogimiento. No obstante, comenta: “Es muy limitada. Uno mira
siempre al mar para salir fuera”. La artista, a veces absorta en el entorno circundante y otras
embarcada en la búsqueda de la otra orilla, encuentra lo igual en lo lejano, y se embelesa
contemplando la naturaleza para realizar unos trabajos con un estilo muy personal.
Es diciembre. El suave sol de la tarde refleja las sombras de las palmeras sobre la superficie
de piedra de la habitación donde se encuentra la pintora. La puerta está abierta de par en par.
Sentada en unos coloridos sillones, Santana charla animadamente con los guiris curiosos y la gente
de la isla que han hallado en ese pequeño recoveco un paraiso para la recreación de los sentidos.